
Releyendo a Miguel Labordeta estos días de crisis, de soporífera crisis, no hacen sino venir imágenes que conectan los poemas escritos en los años 50 con el actual estado de tedio, desesperación y crisis actual.
En el libro Sumido 25 de 1948 que se halla dentro de Epilírica, está el poema “Puesto que el joven azul de la montaña ha muerto” (…)”es preciso partir de la ciudad antes de ser golosamente asesinados y engullidos por las muchedumbres de los metros”. Es como si el poema nos dijese que también ahora, en este momento, la ciudad fuese a engullirnos como una planta carnívora dentro de sus fauces, con zombis vivientes saliendo de las bocanadas de los metros, en el cataclismo en el que parece que se va a convertir todo, sin trabajo, sin esperanzas, sin nada. Es allí, hacia la montaña, el lugar donde el poeta pretendía dirigir a los jóvenes puesto que son ellos los que no se hallan contagiados por ninguno de los efectos de la Guerra Civil ya que ninguno de ellos ha participado.
Parece como si de repente nos estuvieran convirtiendo poco a poco en existentes de tercera, tal y como ocurre en Sumido 25 en el poema “Agonía del existente Julián Martínez, existente de tercera”.
Y es que a este paso, con este ritual cansino que nos zarandea día a día, vamos a tener que componer, tal y como hace Miguel en Sumido 25, una “Elegía a la propia muerte” una elegía a nuestro sucumbir en vida que no es otra que la misma muerte en vida.
En este poema, el yo del poeta habla también desde la muerte del mismo. Se duda hasta de si existió en realidad y la voz poética corrobora que “quizás se fue tan pronto, murió tan pronto, por miedo a odiarlo todo con salvaje cinismo”, él “que había nacido para librarse por amor tan solo; él que nunca amó nada del todo”
Y es que, tal y como corrobora la voz poética, a pesar de que el amor lo impregnaba todo, a pesar de que eso era la única tabla de salvación posible, “pronto nacieron en su corazón bosques de serpientes voraces que intentaron secar todo lo dulce”
Dulce crepitar del desastre, ahora dulce “crisis” provocada por la crisis del hombre que abandonó hace mucho tiempo el ser que lleva dentro, que fue el que evocó el poema “Elegía a la propia muerte” de Miguel que la guerra se llevó consigo; porque es el hombre el que está muerto. Dulce crepitar del desastre; dulce.
Elegía a mi propia muerte
Miguel se ha ido.
Es posible que ya nunca llegue.
Es posible que buscando trenes
que lo lleven a la otra orilla del mundo
se quede sin saberlo extático de ahogado.
Nadie le conoció
y apenas él sumía su garganta de toro
abriendo con navajas de afeitar cada mañana
el vientre enigmático de los espejos curvos
donde se reflejaban exactos el misterio de trueno
de sus ojos hambrientos verdaderos.
Si acaso preguntasen por él
decidles que nunca dijo que existiese.
Él que se golpeaba a menudo las pupilas
para encontrar el sentido
que levanta los surcos
hacia las sudorosas nucas del Hombre
sobre hermosas muertas
en salada presencia de potencia insaciable.
Nunca amó nada del todo
él que sin embargo había nacido
para liberarse por amor tan sólo.
Por eso fue espeso asombro de centros vendavales
abrasado ante los brocales de luz de las medusas.
Demasiado pronto en su corazón nacieron
bosques de serpientes voraces
que intentaron secar todo lo dulce
que en él residía luengos siglos de hambrientos penetrados.
Mas en esto triunfó
pues fueron en soledad sus últimas palabras:
«Hermanos inundad de amor
al mundo que sucumbe...
Cread las nuevas rutas con amor absurdo y sin objeto...
Salvaos de las ruinas con amor...
Amor...
Amor viril tan sólo...»
Quizá se fue tan pronto
por miedo a odiarlo todo
con salvaje cinismo
pues también en el fondo de sí
había calaveras que soñaban orgía desmedida
en incendios sin fin de las ciudades.
Y ahora ya borrado el débil rastro de su voz de macho
quisiera preguntarle en esta noche tan hermosa de estío
(en una de esas noches en que descuajado
temblaba ante el atónito mensaje
de las galaxias a los gusanos):
¿qué ha sido de su rayo
qué destino tronchado fulminaron
desnudos más allá de todo nombre
meditado de nada?
Quizá altivo no contestase apenas
pues por encima de las conversaciones
tan sólo esperaba ya
el armonioso amanecer de los corceles
sobre un mundo rotundo en plenitud
con hondura sangrienta de raíz
y elevación purísima de nube.
Miguel se ha ido.
Es posible que un día
dentro de millones de años
encontremos su pulpa de cuadrúpedo
en el tótem de una gota de lluvia
que ansíe dulcemente aniquilarse
en un rayo de astro fulminado.