domingo, 22 de julio de 2012

Diario de invierno de Paul Auster, y el uso de de la 2ª persona narrativa.



Lo cierto es que ya hace algunos días que he terminado de leer este Diario de Invierno de Paul Auster, pero a pesar de todo, no sé si es por esa especie de melancolía que entra cuando algo se termina, cuando estás llegando a las últimas páginas de un libro y ves que se acaba y también descubres que tu idilio con los personajes de la trama está a punto de terminar, es quizás en ese momento cuando quieres que la trama no termine nunca, que la historia siga hasta el infinito y que los personajes envejezcan al ritmo al que lo pudieras hacer tu, al unísono, con tu propia vida. Quizás es por eso por lo que, inconscientemente me había guardado las diez últimas páginas del libro, allí, sin leer, cerradas a cal y canto, unos días más, esperando a que la historia se prolongase un poco más, a que la propia vida de Paul Auster escritor tuviera una segunda plenitud como personaje, a que el diario de invierno se convirtiese así mismo en diario de primavera, de verano y así sucesivamente, repasando las estaciones del año una tras otra.

Pero al mismo tiempo, a la vez que se iba desarrollando la lectura del libro, tenía ganas de que todo terminara, de que la pesadilla melancólica en la que a veces de convierte este delirium de final anticipado de la vida del personaje narrador, que no es otro que el propio autor, terminara ya de una vez para siempre; que entrara aire fresco por los cuatro costados desde otros ángulos, desde otras perspectivas vitales que no pretendan poner el punto de vista en el final de la vida de una persona, a pesar de que esa persona, de que ese “yo” narrativo sea el mismísimo Paul Auster.


Es a partir del uso de la segunda persona desde la que el autor nos va descubriendo poco a poco la vida de sí mismo ni siquiera convertido en personaje sino a pecho descubierto, desde el esqueleto mismo, sin coraza que lo recubra, sin ninguna pretensión como personaje.

Porque a veces las pretensiones son innecesarias y las esperanzas son ígnotas si la vida no ha satisfecho en manera definitiva la conciencia personal. Es así como se siente el personaje narrador al final del libro, satisfecho, cansado, sublimado, sugiriendo un estatus actual perfecto, pero a la vez resignado al paso del tiempo que significa el cierre de una etapa, la de su juventud y su madurez, la de sus avatares en Europa en los que consiguió evocar a su yo interior para convertirse en el narrador que hoy es, la de su primer matrimonio fallido y su exitoso y feliz matrimonio actual. La del viajero, la del hombre inquieto, pero al mismo tiempo la del hombre resignado al paso del tiempo en el que la edad avanza para cerrar unas puertas y abrir otras. Otras puertas que no servirán sino para conducirle hacia el ocaso, hacia el invierno de su vida; en definitiva hacia el final.
Y todo ello, como hemos dicho antes, contado desde la el punto de vista de la segunda persona; desde el “tu”

El uso del “tu” narrativo en el libro significa siempre lo segundo, el segundo orden si consideramos que el primer orden es el “yo” y el segundo corresponde al “tu”. La tercera persona no es ni lo uno ni lo otro. Se trata por así decirlo del uso por parte del narrador de una de las personas narrativas, la segunda persona, que confiere a la obra el punto de vista del tu; así pues del otro.
Y este uso es más significativamente importante y relevante en un diario que en cualquier otra obra, porque es la manifestación evidente del desconocimiento de uno mismo. En la obra se pone de manifiesto en la página 174 – 175, en la que en uno de sus párrafos dice así: “no puedes verte a ti mismo. Sabes el aspecto que tienes por espejos y fotografías, pero andando por el mundo, cuando te mueves entre la gente, ya sean amigos, desconocidos, o los seres que más quieres íntimamente, tu propio rostro resulta invisible para ti. Puedes ver otras partes de ti mismo, brazos y piernas, manos y pies, hombros y torso, pero solo por delante, nada por la espalda salvo la parte de atrás de las piernas (…) pero no la cara, nunca tu rostro, y en el fondo, al menos en lo que respecta a los demás, tu rostro es lo que eres, el factor esencial de tu identidad”



Es muy significativo este párrafo puesto que esclarece el porqué del uso de la segunda persona narrativa en un diario; en este diario. Auster, con el uso de esta segunda persona adoptada como punto de vista narrativo, no esta poniendo de manifiesto otra cosa que no sea un desconocimiento de sí mismo total, un desconcierto abismal ante la vida y el paso del tiempo, los cuales se le escapan. Es como si todo lo que él es en su diario estuviera contado por otra persona que le conoce a medias, y la única justificación de que eso sea así es que él nunca puede conocerse a si mismo porque nunca puede verse de verdad. Solo se puede atisbar reflejos del rostro a través de un espejo, o como mucho ver parte de las extremidades, o el reverso de las piernas si se es lo suficientemente ágil. En definitiva nada, puesto que es el rostro, la cara, la imagen que tenemos de nosotros mismos para con los demás.

Se trata en definitiva de una moraleja, de una lección vital útil para todas las personas y real como la vida misma.