domingo, 30 de diciembre de 2012

“La invención de la soledad” de Paul Auster, una historia distinta.


No sé el porqué de esta puta manía de escribir un post después de la lectura de alguno de los libros que leo, pero en ocasiones es como una necesidad imperiosa el poder vomitar, a botepronto, cuáles han sido las sensaciones que has tenido y que te han ido invadiendo sobre la lectura del mismo.

Ahora, cuando escribo este post, no pienso en la persona narrativa que debo de escoger para escribirlo, pero me siento cómodo escribiéndolo en primera persona, como algo cercano, personal, próximo fácil, que sale solo.

Auster, en esta enésima propuesta, propone un libro muy personal. Se trata de una de sus primeras obras que se halla dividida en dos partes claramente diferenciadas. La primera se titula “Relato de un hombre invisible” En ella el autor desde la primera persona narrativa y casi a modo de diario y de reflexión de su vida, repasa algunos de los momentos que le han marcado, como el del nacimiento de sus hijos o el del matrimonio y su posterior divorcio.
La segunda se titula “El libro de la memoria” En ella un personaje llamado A. repasa de un modo inconexo algunos episodios de su vida, a modo de ensayo cuasi filosófico en ocasiones.

Imagen de la huerta familiar, donde con frecuencia iba con mi padre en mi adolescencia a trabajar y a echarle una mano en su acondicionamiento y labores de limpieza de zarzas, árboles frutales y malas hierbas. Es por la tarde y anochece pronto así que el frío arrecia y la noche está a punto de caer. La soledad y el silencio se hacen presentes mientras el sol declina por el horizonte desplegando sus últimos rayos. Es en ese momento, cuando camino hacia el interior del terreno de la huerta y los recuerdos en soledad me invaden. Es ahora cuando vienen a mi memoria recuerdos de mi personaje siendo niño y ayudándole a mi padre; las mañanas de los sábados, soleadas, frías, con la escarcha todavía presente en las hierbas y en las copas de los chopos, cortando las malas hierbas con las tijeras de podar o seleccionando los chopos muy grandes y desgastados para el aprovechamiento de la leña, para que los más pequeños, solos y sin la maleza de alrededor pudieran crecer mejor.

Es ahora cuando también veo a mi hijo ayudándome a limpiar las mismas matas, los mismos árboles que trabajé con mi padre, aquellos que limpiamos y dejamos listos para que crecieran esbeltos, libres de ataduras hace ahora muchos años, en el mismo lugar en el que me hallo, contento, feliz, igual que yo lo estaba en aquel momento, muy lejos de la visión que el personaje de de Paul Auster en la primera parte del libro posee de su padre, y de cómo se siente (invisible) ante los ojos de éste.
Ni siquiera el nacimiento de su hijo es capaz de conmover la frialdad del padre, ni su comportamiento, ni sus hábitos. Nada. Es tras su muerte, y después del descubrimiento que Paul hace de una caja que contiene documentación personal del padre, cuando descubre algunas cosas personales de su pasado. Quizás esas cosas han conformado ese carácter en la actualidad. Quizás ese carácter, el del padre, también se halle en él mismo y quien sabe si también en el de su hijo.

Pero todo esto es ficción, es imaginación, y nosotros, somos solo invención dentro de este relato, de ese momento fantástico, breve, preciso en la huerta familiar, a pesar de que los límites y las fronteras de la realidad, o quién sabe si de la ficción sean en muchas ocasiones volubles y sencillas, franqueables y maleables, donde los hijos se convierten en padres y los padres han sido los hijos, tanto en la realidad como en la ficción.

Es solo en este juego de ficción donde las cosas suceden así. Es solo en estos momentos de soledad personal, en los que se pueden construir y reconstruir estos juegos de la memoria. La memoria parece que forma parte y se desarrolla en todo su esplendor, dentro de algún aparatado de la soledad, por lo tanto, es en la soledad donde se establecen nuestras conexiones neuronales para restablecerlas de nuevo y llevarlas a efecto, de verdad, en el mundo de la realidad, o en la ficción, tal y como ocurre en este relato a través de la construcción de productos reales en forma de relatos como este, recuerdos que nos invaden o propuestas constructivas en forma de proyectos vitales.

Pero entonces la pregunta es; ¿cuál es el mundo de la realidad y cual el de la ficción? Somos hijos de verdad que nos convertimos en padres y todo esto sucede dentro de un decorado como en “El Show de Truman” o como la realidad virtual de “Matrix”. Nuestra imaginación es parte de un programa informático en el que se hallan compuestas todas nuestras imágenes y recuerdos que tenemos desde que nacemos, además de algunas más que se pueden añadir y que provienen de la herencia recibida de nuestros padres, o vivimos en el mudo real en el que de verdad hace frió y calor,  hay una crisis real y todo sucede según el devenir científico, técnico y normal de las cosas, dentro del este universo, y movimiento planetario en el que vivimos.

Como es una cosa a la que no puedo responder, me quedo con la propuesta de Auster, con la necesidad de reinventar la soledad como elemento que nos sirve para potenciar la memoria y entresacar los recuerdos y de ello extraer historias de ficción bonitas o recuerdos reales imborrables que nos sirvan para mejorar como personas y dar lo mejor de nosotros mismo a los demás.

Aquí os dejo un enlace en el que podréis descubrir un poco más de algunas de las cosas que nos cuenta este libro tan personal de Auster.