



La mañana es fría, ventosa, húmeda y gélida justo antes de salir. Hemos aparcado el coche en la hospedería de Arguis, en las inmediaciones de la carretera nacional 330, justo al inicio de las primeras subidas considerables del puerto de Monrepós. El silencio solo es entrecortado por el paso de los coches que rugen furiosos en su intento de aproximarse lo antes posible al anhelo y al deseo del final del recorrido.
La quietud de las aguas de un pantano no hacen que el frio y el viento se detengan, sino que sobrecogen a los corazones helados de muerte y destrucción.
El sendero es evidente y la excursión comienza por una pista fría y heladora que cruza la presa del pantano en su inicio y luego recorre la cara norte de las primeras estribaciones de Guara sin además de que salga el sol, sobrecogido por la quietud sepulcral del pantano de Arguis.
Solo el bosque que aparece a continuación, después de caminar unos veinte minutos, acogedor, salvador de las duras rachas de viento sobrecogedor que después nos espera y dejando a un lado las marcas de un gasoducto que ascienden verticalmente por la montaña sin acordarse de salvaguardar la pendiente.
Descendemos por una fuerte pendiente pedregosa. Llevamos unos 54 minutos de sendero y llevamos un gasoducto bajo nuestros pies. Gratal ya ha aparecido delante de nosotros como un coloso puntiagudo y zoquete que mira impasible el paso del viento.
Ahora ya solo nos queda franquear su tozudez, la de su cabeza y la nuestra, la que hace que disfrutemos de la montaña porque es el lugar en el que nos gusta estar, en el que nos gusta hablar y conversar de todo, a pesar del viento helador, de la humedad congelada que trae el silbido del ausín y la deja sobre los sufridos bojes, a pesar de que el camino zigzaguea por pendientes infranqueables y duras.
Ya solo nos quedan los últimos pasos, los que nos llevarán al abrazo amigo, a sentir que el esfuerzo en compañía de los amigos es el que le da sentido a las cosas del mundo. A que el anhelo y el deseo del ser humano por conseguir cotas infranqueables no tendría ningún sentido sin ese abrazo cariñoso que nos sirve de excusa para celebrar lo conseguido.
Y es que, lo que se ve desde la cima no tiene precio, son el anhelo y el deseo hechos realidad. Es todo lo que se puede desear ver y sentir, solo jodido por el frío del un día desapacible y desangelado. Y eso hace que no se disfrute el final cuando disfrutar del final es sinónimo de conquista fácil.
Somos seres humanos, dejémonos de pamplinas. El frío de la cima es la realidad dura que golpea en nuestras caras y nos hace débiles ante la naturaleza, para que pensemos que lo más importante de todo esto no es sino la compañía, los abrazos y los sentimientos junto a los amigos y seres queridos; mucho más que la conquista de otra cima; a 1610 metros, en la Sierra de Guara.
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